En este sentido, parece que en general una terapia hormonal mejorará la calidad de vida e invertirá los problemas cardiovasculares, respiratorios y musculares en reposo y durante el ejercicio. Pero incluso durante esta terapia un significante número de pacientes continuará experimentando problemas y una capacidad mermada del rendimiento físico (Kruijs & IJzerman, 2007; Lankhaar et al., 2011; Watt, Groenvold, & Rasmussen, 2006). Esto conllevará a padecer signos y síntomas persistentes, incapacidad funcional en las actividades diarias y consecuentemente una pobre calidad de vida y unas consecuencias fisiológicas y sobre la salud propias del sedentarismo y la inactividad física (Painter, 2008; Valkenet et al., 2011). Durante el hipotiroidismo, la capacidad funcional y la resistencia se ven reducidas y la intolerancia al ejercicio (disnea y fatiga) es la característica estrella en esta enfermedad. Muchos estudios afirman que esta intolerancia al ejercicio en pacientes con hipotiroidismo clínico y, en menor medida, en el subclínico, no es siempre reversible durante una terapia hormonal con L-Tiroxina exógena. Por ello, no existe un consenso mundial de si debería administrarse la terapia con L-Tiroxina. Aunque un grupo de médicos y pacientes estén contentos mundialmente, se deja a otro grupo de pacientes tratados con complicaciones relacionadas a la intolerancia al ejercicio, limitaciones en actividades deportivas y de la vida diaria, así como una peor calidad de vida, a pesar de mantener unos niveles hormonales normales por la medicación y excluyendo así otras causas relacionadas (como otras enfermedades autoinmunes similares a la tiroiditis de Hashimoto).
Hasta la fecha, diversos estudios han intentado explicar a qué es debida esta intolerancia al ejercicio durante el hipotiroidismo desde diferentes perspectivas. Por una parte, es posible que un inadecuado suministro sanguíneo y reparto de oxígeno y nutrientes a los músculos comprometa la resistencia y la capacidad para realizar ejercicio (McAllister, Delp & Laughlin, 1995). Además, el gasto cardíaco puede disminuir durante el ejercicio debido a diferentes anormalidades cardíacas (bradicardias, bloqueos o disfunción diastólica), disfunción del sistema nervioso autónomo y/o incrementos en la resistencia cardiovascular (Celik et al., 2011; Kahaly, 2000).
Por otra parte, Schlenker (2012) argumenta que el hipotiroidismo induce anormalidades en el tejido pulmonar, en las vías aéreas superiores, en la función muscular respiratoria, en la conducción nerviosa y en el control de la respiración. Parece que la peor capacidad ventilatoria en el hipotiroidismo se debe a una pérdida de fuerza de los músculos inspiratorios y expiratorios (Schlenker, 2012; Siafakas et al., 1992). Un estudio donde se realizaba 6 meses de yoga demostró que se mejoraba la función pulmonar en pacientes con hipotiroidismo clínico (Swami et al., 2010).
Por último, los problemas en el músculo esquelético son la consecuencia clínica más prevalente del hipotiroidismo y son frecuentes síntomas como la fatiga, mialgia por el esfuerzo y calambres (Reuters et al., 2009; Siciliano et al., 2002), además de atrofia muscular de fibras tipo II, aumento de las tipo I y acumulación de glucógeno (Taylor et al., 1992). Parece que los hipotiroideos clínicos sin tratar tienen disfunciones en el metabolismo mitocondrial de los músculos esqueléticos. Así, la capacidad de movilización del glucógeno muscular se retrasa, por lo que se limita el aporte de sustratos para la producción de ATP por la vía glucolítica y oxidativa al inicio del ejercicio.
Existe una fuerte evidencia que demuestra que la inactividad física incrementa el riesgo de diversas condiciones de salud problemáticas, incluyendo un acortamiento de la esperanza de vida y afecciones importantes como enfermedad coronaria, hipertensión, diabetes tipo II, osteoporosis, cáncer de colon y pecho, obesidad y depresión (Warburton, Nicol & Bredin, 2006). Actualmente no existen evidencias que puedan relacionar la actividad física con la prevención primaria del hipotiroidismo. Se sabe que el entrenamiento estructurado de fuerza y de resistencia provoca unas adaptaciones fisiológicas favorables. Aunque la prevención secundaria mediante la actividad física está aceptada para pacientes con enfermedad coronaria y diabetes tipo II (Mosterd et al., 1996), actualmente no se sabe mucho sobre la prevención primaria en el hipotiroidismo, ya que en general su tratamiento no es multidisciplinar y se centra únicamente en el tratamiento hormonal. Sin embargo, el ejercicio podría ayudar a reducir el impacto negativo de la inactividad física en un paciente. Con actividad física regular, los pacientes hipotiroideos en tratamiento pueden mejorar su calidad de vida y la intolerancia al ejercicio, así como adaptaciones fisiológicas positivas y beneficios a nivel psicológico que puedan hacer más tolerables las actividades de la vida diaria (Lankgaar et al., 2014).
Consecuentemente se aconseja el asesoramiento por profesionales cualificados del ejercicio físico así como una colaboración interdisciplinar entre preparadores físicos, entrenadores, deportistas, médicos deportivos y endocrinos para obtener un objetivo común y de salud integral en este grupo particular de pacientes.